Os preguntareis qué hace una persona como yo en un lugar como este, tan lejos de Europa, en una isla feliz y perdida de las Antillas Holandesas. Que un caballero como yo, de sombrero de copa, chaqueta, bastón y modales refinados, se haya aventurado más allá del ancho océano, a tierras tropicales y exóticas, os parecerá sin duda una travesura desvergonzada, una locura propia de un romántico démodé.
Le doy un sorbo largo a mi agua de coco. Los lugareños me han regalado una pajita de plástico y color verde jungla porque, ¿sabéis qué? El único verde que se ve en Aruba es un verde jungla y vibrante. Vibrante como todos los colores de la feliz Aruba. La fresca brisa del mar me acaricia la cara. Más allá de mi hamaca se extiende la playa tropical, de un azul celeste deleitante.
De acuerdo, es cierto, no os he contado qué hago aquí, que qué ha debido perdérsele a un auténtico aristócrata europeo, acomodado en una época de electricidad altovoltaica, pantallas y luces nocturnas de neón en un país cuyo sencillo lema es "Una Isla Feliz". Pero creo que os decepciono si os confieso que el único motivo que me ha traído aquí es la leyenda de que los ríos transportan en su cauce jugos rojos del mismo color de la sandía. ¡Qué demonios! Del mismo color de la sandía no, son auténticos jugos de sandía. Ay... esta tierra es un auténtico paraíso, señoras y caballeros, y su agua de coco, por cierto, es exquisita, fría como la chufa valenciana, con un auténtico, ligero y extasiante sabor a agua de coco. Sabe a felicidad y es igual que el alba cuando llevas toda la noche durmiendo, que ni siquiera lo notas pasar por el esófago. Si los ángeles mearan, sabría a agua de coco.
En fin, supongo que ya habréis imaginado un bello retrato, un elegante señor tumbado en una hamaca contemplando con una cara de felicidad tropical, extasiada y bobalicona a las bellezas arubanas de piel bronceada, de un color parecido a un naranja tostado, de ojos un poco achinados y sensuales, con sus bonitas faldas largas y blancas decoradas con flores de color verde jungla y rosa floreciente, bailando al lado de los palmerales y las datileras, mientras me tomo mi agua de coco, y se ve el sol de un amarillo autenticamente tropical, sobre el cielo de Aruba, que se funde con la brillante y luminosa playa. Y si echarais una instantanea del momento no captaría toda la esencia, faltarían las notas apacibles de las guitarras y los banjos de una banda que se ha reunido a la orilla de la playa y deleita a los bañistas con sus acordes pausados y ensoñadores.
Y bueno, he de deciros que esta vez no llevo un sombrero de copa, sino una pamela hecha con paja que me han hecho los nativos arubanos. En fin tengo que dejaros, ya se me ha acabado el agua de coco, pero deseadme suerte, porque esta noche me voy a una famosa discoteca arubana, ¡y hay sesión de Boney M!
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